UN ASALTO DEL CORAZÓN EN UN TAXI
- Olav Alcántara
- 1 feb 2018
- 3 Min. de lectura
La historia de un taxi son muchas, pero no siempre como la canción que nuestro trovador Ricardo Arjona canta en sus recitales sino más bien esta es una pequeña historia mucho mas desgarradora.

Eran la una y media de la madrugada cuando tomamos un taxi para ir de regreso a casa, desde el ovalo de Miraflores hacia la av. Brasil por dirección de la av. El ejército, Cuando conversando con mi acompañante, escucho a voz quebrada, un sonido agudo que me hace poner atención con el otro oído lo que acontece mientras viajamos; siempre despierto como de costumbre, alerta de lo que puede suscitar en el camino y más cuando se trata a altas horas por las calles sólidas e inseguras de Lima. La voz contestaba a una llamada de móvil, donde el taxista contesta e intenta recibir la peor llamada de su vida, dejándome atónito por su respuesta de desesperación calmada o silencio ensordecedor que solo el que pone atención se daría cuenta, le estaban diciendo que su hija tenía tres horas de vida, mientras conducía llevándonos a casa, su madre de este le comentaba ya que hacia guardia en el hospital velando por la salud de la hija del taxista.
Al parecer se trataba de una niña, y en el recado se alcanzaba a oír que le pedían cuatrocientos soles para dar paso a algún intento de resucitación o algún método de reanimación, el taxista por supuesto, no contaba con el dinero. Empezó a llamar a sus amigos más allegados; en la primera llamada después de colgar a su madre, se contactó con un amigo que al parecer lo sacaba de una reunión o fiesta, para pedirle o mejor dicho rogarle que le prestara doscientos soles, negándose este no pudo ayudarlo, el taxista terminó desconsoladamente por colgar y agradecer, continuando con la otra llamada, se contactó con un señor que también al parecer le debía un dinero que no le cobraba hacia mucho, pero su intento de desesperación lo llevo a llamarle y pedirle que le pagase, no consiguiendo suerte, terminó por colgar.
Mi acompañante y yo nos quedamos angustiados, porque la reacción del taxista se hizo más sonante, pero no llegando a un grito de auxilio, justamente porque estábamos en el trayecto a casa y no podía darse el lujo de hacernos bajar e irse a por su hija ya que necesitaba el dinero que nos estaba cobrando por la carrera.
Atinamos a quedarnos callados y poner atención a lo que seguía haciendo el taxista, conduciendo y llorar en silencio sin que nadie lo mirase. Tal vez el corazón de mi acompañante no fue muy impactado por lo que le sucedía al taxista, fue más bien de miedo como especie de asalto por una cuestión fingida por el hombre, la mía fue totalmente clara, recibía muy bien el mensaje y presentía que lo que le pasaba en ese momento era más que sobre humano, el hecho de sobrevivir a tal desesperación frente a unos pasajeros y cumplir con su servicio debió ser vibrante e impotente. Pero fue mi frustración de no poder ayudarlo, de ser así sacaba de la cartera esos cuatrocientos soles y se los regalaba, me iba con la satisfacción de haber salvado una vida.
Nos dejó al pie del edificio, bajamos y cerramos la puerta, mi mirada no se distanciaba de él por ningún solo minuto, fue que el taxista avanzo unos metros más, y parado por el semáforo que marcaba en rojo se echó a llorar como un niño, limpiándose las lágrimas después de ver pegado el llanto de dolor con la cabeza recostada en el timón, cambio a luz verde y se marchó.
-Olav A.-
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