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Los 3 Mosqueteros. Los 4 Fantásticos.

En un pequeño reencuentro lleno de sorpresas suscitado en un corredor a las 11 de la noche en una avenida muy particular por su ruido y comercio, se abre puerta para que dé rienda suelta a los nuevos invitados para una concertación a una nueva reunión con los mejores amigos que se añoraba desde mucho tiempo.


Llegando a Perú no visite a nadie, pese a que quería estar con mi familia y terminar de hacer lo que vine a hacer, fue muy difícil no encontrarse a nadie en mitad del camino hacia un lugar o volviendo a casa; una noche como cualquiera ya por una semana de mi llegada me encontré de lo más cuidadoso para que no me vieran que solo estaba aquí por un lapso corto –pese a que no me creyesen--, caminando por las calles limeñas, tome el bus como a las diez de la noche y en el término por llegar a su último paradero estoy por bajarme, siento que un índice me inca por mi costilla derecha, en mitad de las escaleras volteo y lo vi a la cara quedándome perplejo de que era uno de mis grandes amigos, si, uno de los tres mosqueteros que andábamos por muchos años en la parroquia o en las calles de una determinada avenida o simplemente en el cuarto pasando la hora como lo veníamos haciendo, pero el destino hizo que me separara de ellos un periodo que no logre por despedirme cuando me marché a vivir a Sevilla, pero que ahora en esta visita relámpago me encuentro, ambos tanto él como yo nos quedamos sin aliento y darnos un buen abrazo de reencuentro sabiendo en esos instantes que sería papá nuevamente, cogió el teléfono después de un breve reclamo del porqué no había dicho o buscarlos para vernos, llamó inmediatamente al tercer mosquetero y decirle que estaba aquí y lo mas antes posible reunirnos -los tres- para conversar como los viejos tiempos, --no los había visto en más de dos años, que exactamente no recuerdo--. Me puse al teléfono después que logró encontrar en la otra línea a este tercer mosquetero, al escuchar mi voz se sorprendió levemente que estaba en Perú y sobre todo con el “chancho” –como de cariño le llamábamos--, nos unimos en conversación por unos momentos porque era muy tarde y quedamos para el día siguiente verlos en un lugar céntrico y pasarla bonito como amigos de antaño, con esto no quiero decir que seamos viejos pero si en una juventud con sensatez.


Al día siguiente acordamos que nos veríamos en un centro comercial de Lince, cerca a sus trabajos para no perder tiempo en el ir o venir, así que fui a por ellos para terminar por estar los tres a las siete y media de la noche aproximadamente. Llegue y me encontré con Joseph, que estaba muy elegante esperándome, fuimos por un café en “Café Risso” y luego fumamos un par de cigarrillos mientras esperábamos en una banqueta a Rodolfo, --Fito, así era como lo llamábamos--. Nos contamos brevemente lo que habíamos hecho en esos dos años a más de nuestras vidas y lo que venía desempeñándome en Sevilla, España. Era una emoción muy agradable saber de ellos, y creo que la amistad se mantenía firme como lo habíamos dejado hace mucho tiempo, me di cuenta cuando llegó Fito, un chico más joven que nosotros pero no por muchos años, decidimos ir a comer al centro de Lima y nos fuimos a tomar el colectivo para llegar hasta allá.


Ya en el taxi, como para no perder la costumbre llegamos a molestarnos como se debe, ya sea con un abrazo de emoción o de abrazo afectivo-relacional, o tan solo por joder uno al otro, hasta que Fito recibió la llamada de su señorita enamorada y le fue peor la molestia, porque sabíamos que tenía que colgar o si no lo molestaríamos hasta llegar avergonzarlo y así mismo sucedió. Ya llegando al centro de Lima decidimos bajar del taxi por que el tráfico se ponía intenso, caminamos desde el centro cívico Real Plaza hasta el Jirón de la Unión por no decir que llegamos hasta el parque de Chabuca Granda. Comimos en un puesto unos anticuchos peruanitos con sus demás allegadas viseras y terminamos por un plato de picarones para salir de allí caminando hasta comprar unos cigarros que no encontramos por lo caro que se habían puesto, fuimos a Metro, un centro comercial en mitad del jirón más conocido en la venida Cusco, compramos una botellas de cerveza Corona para el camino y la mitad llevarlas en la mochila de Fito hasta la casa, porque Joseph había quedado darle una pequeña sorpresa a Andrés, un amigo colombiano, esposo de una amiga en común y que sabía muy bien que estaría allí después de tiempo. Así sucedió, tomamos el bus para la casa y en poco más de una hora lo encontraríamos en el boulevard de Calle nueva. Andrés estaba conversando con los chicos cuando yo me desaparecí por unos momentos y al regresar lo sorprendo por la espalda y nos saludamos fraternalmente y con su botella en mano, --un ron Cartavio--, queríamos celebrar nuestro encuentro y convertirnos en los cuatro fantásticos en la noche.


Los cuatro fantásticos de pocos y pasados años, hicimos empatía para una buena amistad justamente con los dos mosqueteros que ya teníamos amistad y las demás chicas de la parroquia, una de ellas se convirtió en la esposa y conviviente de Andrés, en la cual tienen un hijo precioso, y que si manteníamos amistad cibernéticamente, hasta encuentros en su casa para diferentes ocasiones. Recordamos por unos momentos a los que no veía como parte de la comuna o de la clásica Manchita, en ellos se hacía presentes a: Elizabeth, Jenny, Giuliana, Lizeth, Sarita. Todas con unas vidas propias y adultas y cambios en sus aspectos físicos, como nosotros, no han pasado los años perecederos pero si dejar de verlos ha sido de por sí un cambio muy fuerte para mí porque me encontraba en medio de una relación y del término de mi carrera como también el inicio de un nuevo proyecto de ir a vivir a Europa por una superación personal o proyecto de vida. Y así sucedió…


Pasaron los minutos después de conversar brevemente en la pileta del boulevard que terminamos por ir a casa de Joseph que se encontraba cerca para todos y yacía casi las once y media de la noche, no nos detenía nada como antes lo habíamos hecho con algo de culpa por la salida intempestiva de Andrés sabiendo que tiene carga familiar y al día siguiente trabajar, pero no fue imposible que no saliera a nuestro encuentro. Llegábamos a casa del chancho. Y compramos una pequeña coca-cola y mezclar el ron que Andrés había traído con hielo y limón para tomarlo y nos quitara el frío de aquella noche, poniéndonos a filosofar de muchas cosas, entre mentalidades de: Personal y recursos humanos, Desarrollos y programaciones, Presupuestos, maquinarias y logística, como comunicaciones y call-center. Era una noche adulta y sin igual, que pese que terminamos a muy altas horas de la noche, no dejó de ser una muy agradable compañía y reencuentro con los muchachos.


Fueron las dos de la mañana que entre dimes y diretes en presencia de cada uno de los mosqueteros y fantásticos, dejo un buen sabor de boca el poder reencontrarnos y saber que la amistad está intacta, creciendo y con sus proyectos en mente como discrepancias por muchas cosas que no podemos creer o tener las mismas ideas por ser diferentes uno del otro, siempre hay esa complicidad de amistad y de querer hacer lo mismo cada vez que nos viéramos.


Con la pena enorme de tener que irme y esta vez con un regreso muy pronto después de lo compartido, siento que recupere una parte que me hacía falta y extrañaba, sin ponerme intenso o sentimental, pero los mosqueteros como los fantásticos son buenos chicos para lo que sirvieran, y los hermanos con muchos cambios constantes y sorpresas de cada quien siempre estarán allí cuando exista un: Hay que vernos para el famoso “té de tíos”.

Con algunas fotos para el recuerdo que Joseph las conserva en su móvil, doy parte escrita a este cuadro amical de los chicos: Colocho, Fito, el chancho, y el Chamo.

-Olav.-



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