El Transporte de un Libro
- Olav Alcántara
- 31 ene 2018
- 3 Min. de lectura
No todos nos damos el tiempo para leer, algunos por que no quieren otros por que no tiene tiempo y otros porque no les interesa, pero este hombre indigente hizo lo que muchos no nos atrevemos...

Érase una mañana friolenta, de esas que abundan en la ciudad de Lima y mucho más por la parte oeste de esta. Así empezaba mi día, camino a la cárcel para ver a mi amigo que está preso en el palacio de las corrientes de aire, donde todo se torna más turbio de lo que creías que había en los lugares más recónditos y maleantes de la capital, pero no es así, sin embargo te encuentras con pasajes a través de los cristales del bus interesantes. En la segunda parada de camino, encontré en un paradero a un tipo mal vestido, mal trecho, que a juzgar por primeras, parecía un malandro alcohólico, un vagabundo, o lo que es peor un viajero que dejo olvidado la maleta en el ayer, donde solo cargando su gran ticket a la vida siniestra e irreal transcurren en aquellas líneas expresadas y plasmadas en unas hojas color sepia, para distraer la mente y la visión.
Estaba parado esperando el segundo bus para continuar con mi viaje por el Callao, hasta que en un giro, encontré a una persona tumbada en una banqueta del mismo paradero, con un libro en las manos, como si el mundo no existiese para él, tal cual se podría acostar en su cama cubierto por una cobija y la cabeza alzada por una blanquecina almohada, y que todo lo que transcurría por su mente era lo que dibujaba su percepción de lo que decía dicho libro. Era poco común encontrar a esas tempranas horas, con la apariencia poco específica de un lector y mucho más echado en medio de la calle.
El hecho me produjo mucha satisfacción, cual hippie viste como viste sin importarle lo que diga la gente a su alrededor. Me pareció deslumbrante, no tanto el hecho de como sea la persona que dibuje con mi lado despectivo, sino por la acción que producía: paz, tranquilidad de su postura y la admiración de lo que estaba haciendo, tal vez sin darse cuenta era lo que provocaba a los espectadores.
Estando con un libro en las manos, para distracción de mis cristales; recuerdo que leía Rompiendo filas de Ronit Chacham. Era un libro muy emocionante y cultural de las acciones negativas de los servicios militares de Israel y la negación de los que no querían servir en tierras de ocupación –Franja de Gaza y Cisjordania--, las cartas de los refuseniks, y de las entrevistas que se les hacía a estos militares que sentían que no podían unirse a pelotón de injusticia contra los civiles desde 1948 a 1967 y en adelante contra Palestina y los árabes.
Me di cuenta lo mucho que produce un libro, las tierras que exploras con los ojos, mente y corazón, de querer seguir más y más con la lectura que tienes entre manos, como también la tele transportación de muchas vivencias que son ajenas y que las haces tuyas. Los capítulos se hacen más cortos y más interesantes, los personajes ni que decir, los encarnas tú mismo, sobre todo en el principal de la obra.
Este sujeto de la calle me motivo mucho más a seguir avanzando el camino que estoy tejiendo con los ojos y que no se hace corto, al contrario, hace que avance con más ímpetu y la provocación de comprarte todos los libros que existen, como si tuvieras la vida entera para terminar de leer hasta el más ínfimo escritor reconocido por su peor literatura o escrito que haya hecho.
Esto y mucho, puede un libro hacer con los humanos, de entretenernos, de humanizarnos y de endurecernos por las distintas historias que conocemos a través de la lectura. Este es el gran poder que tiene un libro.
… las palabras son mis mejores aliadas y los libros son mis mejores amigos.
Olav A.
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