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ROMA

En la Ciudad de México de los años 70, dos empleadas domésticas ayudan a una madre de cuatro hijos mientras que su marido está fuera por un largo período de tiempo.



El mundo que toda muchacha –frecuentemente o comúnmente (ella)—es un universo lleno de miles de fantasías al obtener un poco de compensación después de una tarea realizada, para bien o mal –qué en su mejoría, sería lo preferente— es la mejor fortuna obtenida para adquirir una satisfacción de aquella necesidad que trae consigo. Ellas, chicas que con un delantal atado en el pescuezo y la cintura las delata como son llamadas, pero, no las obliga a realizar algo que no quieran o este estipulado en sus contratos domésticos.

Muchas de las personas, sobre todo menores de treinta años son traídas con favores cobrados o recomendaciones de familias que conocen, campesinos o provincianos con hijas que estén dispuestas a servir y son llevadas para una “mejor oportunidad” de la que tiene en su pueblo. En un comienzo no son pisoteadas, ni humilladas --mucho menos— ninguneadas; al contrario, son tratadas con un considerable afecto que con el pasar el tiempo la confianza las convierte en un estropajo para un piso nuevo.

Hay quienes solo realizan labores domésticas sin participar muchas veces de su día de franco, para salir a conocer la ciudad --o a los que son de allí--, salir con algún amigo. Se refugian en su miedo, en su temor por festejar de aquel exilio personal. Como lo que le pasa particularmente con un amigo de la amiga de Cleo. Al disfrutar el día maravilloso prometiéndole la felicidad momentánea se permite aislarse de ese cuarteto pretencioso, mientras una pareja en el lugar “oscurito”, otros en el parque con fines íntimos hasta perder la cuenta de sus responsabilidades en su tercer mes.

Chicas inocentes en su mayoría, --sin juzgar al lugar de procedencia—conocen a un hombrecito, digno de su castidad celestial, entregándose para conocer y empezar la vida sexual muchas veces, pero la estadística no engaña; se enfrentan a su miseria continua, historias repetidas, familias con un lastre por generaciones, hasta encontrarse nuevamente solas como empezaron. Siempre ellos, los que, por un permiso para ir al baño, o comprar cigarros, o lo que es peor irse de viaje sin retorno a su nido hacen que desconfíen de su honestidad y transparencia al acecho de su presa.

Cleo se enfrentó sola a su destino, engendrando a un bebe con miedos a ser corrida por su patrona de la casa, encontrándose con una comprensión y un abrazo disimulado de cólera prosiguiendo su vida hasta dar a luz, no quedándose con el trago amargo de encontrar al padre de su criatura, un jovencito estudiante de artes marciales disfrazado de una supuesta competencia olímpica. Después de meses y con la barriga poco crecida decide emprender un viaje para donde él se hallaba, su amiga Adela le dio el dato de un primo en aquella ciudad e ir por él con su gran mensaje de encargo.

Al ser entrevistada cara a cara, paródicamente con un maestro gringo aspirante a sensei, llega a hablar con él, después de sus clases, para decirle aquel mensaje que nunca llego a sus oídos por la fuga del mismo, dejándola sola y desamparada, maldiciéndola y amenazándola. Cleo se marcha del lugar quedándose tristemente sola. Al llegar a casa de la patrona la encuentra muy callada, y esta al ser abandonada por su esposo le da un amargo mensaje: “estamos solas”. Cleo la mira en su estado beodo y la ignora dejándola entrar.

Un día común y cualquiera hay una salida con la madre de la patrona a un centro comercial --la maternidad muy avanzada--, escuchan gritos en las afueras; una manifestación se enfrenta con policías dejando heridos y asaltando a su paso, mientras se creían a salvas, los malandros deciden subir al piso comercial y encuentra a Cleo embarazada de la mano de la anciana. Se quedan mirando fijamente y lo reconoce, era nada menos que el padre de la criatura que lleva en su vientre, este la abandona sin quitarle la mirada y no aparece más. Cleo por su parte de la impresión se le rompe la fuente y deciden trasladarla al hospital de emergencia, un sobre parto estaba anunciado.

Después de unos gritos de dolor incesante, Cleo da a luz a una niña, la cual nace muerta, con sistemas de resucitación no logran salvarla, se la dan a sus brazos para que se despida de ella. Y con lágrimas de tristeza acompañado de paz decide dejarla para que la alistasen. Su vida empieza nuevamente, pero sin efectos de sonido, como si fuera una estatua viviente o lo que es peor una persona atemorizada por lo suscitado en su vida sexual. Sin acompañamiento y sin refugio.

La patrona sola con los hijos a cuestas y el dinero que nunc allega por la parte de su marido, decide emprender un viaje a su interior y liberarse informándole a los existentes en aquella casa de la separación y del falso viaje de su marido a Canadá. Todos se muestran extraños e insipientes, pero deciden apoyarla, sin separarse de la nana que se estaba convirtiendo Cleo.

La patrona decide cambiar de modus vivendis, cambia el auto y compra otro nuevo y moderno. Comparte su inseguridad disfrazada de libertad y empieza por borrar su pasado y dar cuenta nueva juntamente con su empleada doméstica y su madre he hijos. Marchan un fin de semana a la playa, a pasar un buen momento en familia, pero los niños –dos de ellos--, son arrasados por las olas del mar, rescatándose sin saber nadar de su empleada, recuperándolos y trayéndolos a la orilla a salvo, cuando un impulso de pánico y de franqueza Cleo anuncia: no quería, no quería que naciera… se echó a llorar, consolándola todos.

Al llegar a casa todo se figura de una manera simple, familiar y empezando nuevamente lo que es salir adelante.

Muchas personas, ejemplarmente las mujeres, empleadas domésticas tienen muchas historias que no se atreven a contar; he aquí una de ellas.

Finalmente, una sirvienta es “un holograma con efectos movibles sin ruido vocal”.

Las empleadas domésticas solo sirven, mas no son sirvientas. Ya que el trabajo las dignifica más no las identifica.

--Olav Al. --

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